Redireccionando...

miércoles, 27 de agosto de 2014

Las otras mujeres

No se lo van a creer. Hay mujeres diferentes. Mujeres que nunca salen en los blogs. No son como ustedes ni como yo. No protagonizan campañas de marcas internacionales ni están casadas con futbolistas tatuados. Son mujeres que miden menos de 1,80 y pesan más de 50 kg. Alucinante. Es una especie rara, lo sé. Pero existe. Desde las editoriales de moda les llaman gordas

El caso es que esas extravagantes mujeres también tienen gusto por la moda, leen revistas de canto gordo, asisten a bodas y hasta se casan. Lo he visto en un documental... No me digan que no es increíble... Están entre nosotras (que somos todas ángeles divinos de la talla 36) y no habíamos reparado en ellas.


El colmo es que ahora resulta que creen que tienen el derecho a vestir a su gusto, a no avergonzarse de su cuerpo, a potenciar su feminidad, a reivindicar su belleza y hasta a que haya diseñadores con ganas de vestirlas maravillosamente. Se lo pueden creer? Una talla 42 andando como si nada por la Gran Vía!!

Habrase visto semejante desfachatez... Es que no tienen suficiente con su sección de Tallas Grandes de El Corte Inglés? Ahora va a resultar que pretenden que ustedes y yo, divinidades de la naturaleza con piernas infinitas, estómago cóncavo y absolutamente tersas como somos, apoyemos esta causa suya tan absolutamente marginal.


Imagínense hasta dónde ha llegado la osadía de este clan, que hace unas semanas, una de ellas vino al  Atelier. Se casaba y quería un vestido de novia. Y sonreía. Sonreía!! Era inquietante la tranquilidad con la que hablaba de sus caderas, sus muslos, su pecho... Pero si por lo menos tenía una 44! Cómo le quedaban fuerzas para siquiera salir a la calle?

Pensé que no estaría mal hacer una buena obra. Le enseñé vestidos de alta costura, acarició tejidos de seda, dibujé varios bocetos para ella pensando que se iría rápido... Pero no fue así.


Eligió un vestido, escogió una tela, un aplique, un encaje y me pidió un último boceto. Lo miró seria, levantó el papel, se tocó la barbilla y pensé que iba a ponerse a llorar, el drama de las mujeres imperfectas, ya saben ustedes, eso de "a mí no me quedaría bien"... Pero nada más lejos. Me miró a los ojos y me habló. Es perfecto. Y sonrió. 

Sonrió de una manera que no había visto nunca. Con la tranquilidad de estar disfrutando de un momento maravilloso. Sin inseguridades, ni complejos, ni falsos estereotipos. Sin bótox, ni cirugía ni crema de caviar.


Llegó la última prueba de su vestido. Abroché su espalda. Lavantó la mirada y se miró en el espejo. Lloró. Claro, se veía mal: no era una maniquí de revista semestral de novias... Pues no. Se veía preciosa, como en sus sueños. 

Se levantó el vestido lo junto para andar dos pasos y acercarse a mí. Me abrazó. Me miró con esos ojos brillantes y me dijo "soy la novia más guapa del mundo, gracias".

Está claro que estas mujeres son diferentes. Una talla 36 nunca hubiera dicho eso, habría estado ocupada mirando que el pliegue de la trasera de la cintura no le hiciera demasiado gorda...

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